martes, 30 de junio de 2009

ARBOLES SERES CON MAGIA


Nos han acompañado a lo largo de la historia y lo siguen haciendo, brindándonos su protección y energía. Respetados y venerados por numerosos cultos y tradiciones, hoy sólo parecen interesar a las grandes industrias madereras, empeñadas en explotarlos hasta las últimas consecuencias.

Cuando la actriz Helene von Dönniges se casó en una capilla ortodoxa griega situada en las propiedades de su novio, el rico propietario Yanco von Racowitza, un rayo cayó sobre uno de los tres árboles que había en una colina cercana. Este incidente no habría pasado de ser una mera anécdota sino fuera porque el padre de Yanco los había plantado allí cuando nacieron sus hijos. Precisamente fue el árbol de Yanco el que cayó partido por el rayo y los invitados a la boda murmuraron que era un mal presagio. No se equivocaron. Yanco moría poco tiempo después.

Muchos tal vez piensen que esto fue una casualidad sin mayor trascendencia. Otros, en cambio, estarán convencidos de que un árbol es mucho más que una planta que tiene tronco leñoso, ramas y hojas. Quizá piensen que es un ser vivo, totalmente interrelacionado no sólo con los otros árboles que tiene a su alrededor sino también con los seres humanos. Si es así, estarían en consonancia con lo que otros pueblos y otras culturas han opinado en torno a sus árboles. No los consideraban como seres aislados sino que formaban parte directa de sus mitos y ritos, de sus cultos y prácticas mágicas, de su vida cotidiana y sus usos medicinales. Sabían qué árboles curaban y qué árboles mataban, cuáles les protegían de los rayos y cuáles los atraían, aquellos que eran buenos para alejar a los insectos y cuáles atraían enfermedades. En definitiva, sabían que cada árbol alberga un espíritu que le confiere una fuerza determinada, un "alma" que le da un poder genuino y exclusivo, según a la clase que pertenezca.

En la enfermedad y en las preocupaciones, nuestros antepasados buscaban un árbol para abrazarse a su tronco, para transmitirle sus angustias y sus problemas y recibir, a cambio, su fuerza. Entonces sentían que el árbol era mucho más que un ser inerte y que por su tronco fluía la savia que da energía a aquel que busca su consuelo. Los jóvenes enamorados buscaban el tilo para confiar sus intimidades amorosas porque representaba el vigor de Venus. Los hombres que iban a la guerra abrazaban al roble porque éste simbolizaba al dios Marte y las personas que no tenían confianza en sí mismas acudían al abedul, que estaba bajo la protección de Mercurio.

Hoy en día se ha puesto de moda abrazar a un árbol en los momentos de soledad y tristeza. Si alguien piensa que es una práctica ridícula, debería saber que se trata de una terapia que recomiendan cada vez más naturópatas sabedores de los grandes efectos positivos que tiene.

MADRE NATURALEZA


Madre, madre, cansado y soñoliento
quiero pronto volver a tu regazo;
besar tu seno, respirar tu aliento
y sentir la indolencia de tu abrazo.

Tú no cambias, ni mudas, ni envejeces;
en ti se encuentra la virtud perdida,
y tentadora y joven apareces
en las grandes tristezas de la vida.

Con ansia inmensa que mi ser consume
quiero apoyar las sienes en tu pecho,
tal como el niño que la nieve entume
busca el calor de su mullido lecho.

!Aire! ¡más luz, una planicie verde
y un horizonte azul que la limite,
sombra para llorar cuando recuerde,
cielo para creer cuando medite!

Abre, por fin, hospedadora muda,
tus vastas y tranquilas soledades,
y deja que mi espíritu sacuda
el tedio abrumador de las ciudades.

No más continuo batallar: ya brota
sangre humeante de mi abierta herida,
y quedo inerme, con la espada rota,
en la terrible lucha por la vida.

¡Acude madre, y antes que perezca
y bajo el peso, del dolor sucumba;
o abre tus senos, y que el musgo crezca
sobre la humilde tierra de mi tumba!

Manuel Gutierrez Najera